Gracias alma mía

Gracias alma mía…

Gracias por hacer de tu mirada la prueba más clara de que el amor existe…

Entre tus brazos, recargada en tu regazo, con tus manos acariciando mis chinos, tomada de tus arruguitas en las manos, encontré el mejor hogar.

Ahí estuviste siempre… llenándome de paz en los momentos más turbulentos, inundándome de amor cuando reinaba el desencuentro, dándome certezas ante las dudas, mostrándome que podía ser protegida amorosamente, retándome a ser mejor todos los días.

Me salvaste la vida… empecinada como eras, como me enseñaste a ser… te encargaste de probar todo lo que se te ocurrió y te recomendaron para que ese pequeño ser de meses pudiera alimentarse. Lo lograste, me nutriste el cuerpo… y el alma.

Cómo no te ibas a convertir en mi mejor impulso de vida.

Tú, la mujer de pocas palabras, llenaste mis días de recuerdos que sonaban a tren, olían a arroz recién hecho, se veían como atardeceres y se sentían como una fortaleza de paz.

Cubriste la palabra mujer de fortaleza, llantos escondidos, entrega, firmeza, generosidad sin alardes, sonrisas francas y cero poses.

Contigo aprendí que nunca se olvida pero que el enojo debe ser pasajero, que caerse es de esperarse pero levantarse es inevitable, que el dinero no se alardea pero sirve si alguien lo necesita, que la comida se comparte, que el amor se demuestra y sobre todo que el cariño no enceguece.

Eras tú mi refugio favorito… si en algún momento dudaba de mis pasos, sentía tu mirada como un calor reconfortante que me susurraba que fuera lo que fuera, “yo podía”. Es tu recuerdo mi refugio favorito.

Nunca he sido tan hermosa, tan valiente, tan inteligente, tan admirable, tan amada como lo fui en tus ojos.  

Siempre fuiste mi más grande motor.

Nunca aprendí a cocinar… pero podría reconocer tu arroz rojo entre miles, jamás habrá mejor comida de cumpleaños que aquel hígado empanizado con guacamole, no hay persona que me conozca que no sepa que me encantan las calabazas a la mexicana porque tu persistencia encontró la preparación para que me las comiera y fue la única manera, cada día lluvioso viene a mi memoria el sabor de tu caldo tlalpeño, nadie me convencerá jamás que hay mejor pozole que el que tu preparabas con tanta anticipación, no hay nadie en la ciudad que sea capaz de encontrar la mezcla perfecta de moles como la que tú hacías.

Seguiré insistiendo en poner un huevo estrellado sobre una tortilla dorada como pretexto de traer tu amor a mi paladar.  Nada más reconfortante que un tesito tuyo para aplacar el dolor.

Eras… eres mi persona favorita en todo el mundo.

No tenerte ha sido la experiencia más dolorosa de mi vida, será por siempre una herida profunda en mi alma.

Cuando te fuiste todo se convirtió en duda, dolía ser sin ti… mis 35 años bajo tu regazo parecían apenas un suspiro, me sentí abandonada en medio de la nada… costaba encontrar el impulso, cómo podía el mundo seguir siendo sin tus manos, nos faltó tanto por compartir, me faltó tanto por darte.

Pero con el tiempo, con calma y sin alardes, como fue tu presencia en esta vida, se ha ido encendiendo dentro de mí el amor que sembraste, todo lo que me regalaste, todas las horas llenas ejemplo. Nada de eso desaparece, es imposible y es ese calor, esa luz es la que me recuerda la fortuna de haber sido tan amada por ti.

Te extraño muchísimo, aún anhelo sentir tu aroma, abrazarte, verte sonreír, contarte cómo va todo, que me cuentes cómo van los días, que nos tomemos las manos en silencio, que me comentes tu novela del momento, que nos miremos con complicidad mientras compartimos una garnacha, que me cuentes entre risas, llanto y desesperación los “chismecitos” más actuales. Te extraño muchísimo… pero te amo mucho más. Te amo infinito.

Infinitas gracias por existir alma mía y por hacerme posible.

Gracias alma mía.

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